
EL ESPÍRITU, ALIENTO DE NUESTRA VIDA
Nos presentamos con el corazón herido por importantes carencias, con hambres y anhelos. Somo victimas sangrantes de innumerables guerras. Necesitamos que nos tengan en cuenta y no en el olvido…Añoramos el ánimo para seguir caminando. Pedimos cubrir las necesidades vitales de justicia, ternura, acogida y misericordia… Pedimos ayuda, consejo y fortaleza para seguir en pie y resistir los golpes. Necesitamos que nos defiendan en el peligro, nos consuelen en la tristeza y nos enseñen a distinguir lo necesario de lo superfluo.
Pero, ahora empieza el tiempo del Espíritu en que nos sentimos llamados a contar a otros lo que hemos visto y oído… lo que hemos saboreado y experimentado junto a Jesús en todo este tiempo de Pascua. Y… nos encontramos con que el Espíritu puede: restaurar lo quebrado, acercar lo distante, unir lo disperso. De que Él nos acompaña como brisa mañanera. Nos encontramos con la dicha incomparable de que Él nos sostiene, nos protege, nos fortalece en el combate, nos hace descubrir el rostro amable de la vida. Y nos llena de alegría, porque Él nos puede conducir a esa verdad completa, que nos hace asumir nuestro pasado, entender nuestro presente y afrontar con confianza el futuro que se acerca.
¡Ven, Espíritu de Dios, llena nuestro corazón, enséñanos a recibirte, a acogerte, a dejar un amplio lugar en nuestro ser, vaciando todas nuestras estancias interiores, para que Tú tomes posesión absoluta de nuestro ser.!