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Concepcionistas Franciscanas de Burgos

La búsqueda de Dios, que es necesaria para todo creyente, define muy bien la vida contemplativa. Hasta el punto de que podemos definir al contemplativo como el que «busca a Dios». Todos los pasos que se dan a lo largo de la vida contemplativa tienen como razón fundamental la búsqueda de Dios y el estar dispuesto a todo para encontrarle. Sin esta búsqueda de Dios, todos los demás elementos de la vida contemplativa carecen de sentido. ¿Para qué sirve la oración, el silencio, la lectio, la lucha contra las tentaciones, el discernimiento o el apostolado si no es porque buscamos a Dios?
Si no tenemos esa sed de Dios, corremos el peligro de que todo lo que realicemos, por bueno y santo que sea (la entrega, apostolado y hasta la misma oración), se convierta en un sucedáneo de esa búsqueda apasionada, en algo que disimula la sed de Dios y nos da la falsa seguridad de haber llegado a la meta, cuando realmente hemos abandonado el camino de la sincera y arriesgada búsqueda permanente de Dios. En definitiva, resultaría muy lamentable que muchas de las cosas que hacemos se conviertan en un obstáculo para buscar a Dios, no porque sean malas, sino porque en ellas buscamos la seguridad del cumplimiento de un deber de cara a la galería o a nosotros mismos, y no constituyan un modo de caminar permanentemente hacia Dios, buscando su presencia y su voluntad. ¡Cuántos personas se dedican a hacer cosas buenas y santas, y en realidad han sustituido con ese quehacer y esas prácticas el dedicarse a buscar a Dios como él quiere ser buscado!
Por otra parte, la búsqueda de Dios es la que explica todas las demás tareas y acciones del contemplativo: desde la pobreza a la intercesión, desde el silencio a la lectio, desde la intercesión a la formación. Porque busca a Dios, el contemplativo dedica todo el tiempo posible a la oración, busca el silencio en medio del mundo, necesita de la Eucaristía y de la Palabra, y tiene verdadera sed de vivir como Jesucristo y ser, en medio de su vida secular, pobre, casto, humilde y obediente. Y todo lo que surge de esa búsqueda de Dios será valioso y verdadero, porque encajará con lo que se es, un buscador de Dios.
La búsqueda de Dios hasta llegar a encontrarnos con él es el objetivo del contemplativo en el mundo, el núcleo de la vida contemplativa. Y a ese núcleo -como en una obra de artesanía- hay que ir pegando todo lo que ayude a «buscar» eficazmente a Dios, y para conservar intacto ese núcleo hay que rechazar, con la energía con la que se poda un árbol dañado, todo lo que impida buscar a Dios con autenticidad y fuerza.
Para algunos se trata de discernir esa atracción y ese deseo para dedicar la vida a buscar a Dios; pero los que ya han escuchado claramente esa llamada tienen necesidad de volverla a oír y comprobar hasta qué punto encaja su vida con esa sed y esa búsqueda. Se trata de reavivar esa atracción por Dios, para poner toda la vida en función de esa búsqueda de Dios que les define como contemplativos.
«Me sedujiste Señor y me deje seducir; me has agarrado y me has podido» dice el profeta Jeremías (20,7), y continúa diciendo: «Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía». Se trata de volver a sentir la seducción del Señor, su atracción irresistible, su presencia interior como un fuego inextinguible. Se trata, no sólo de no apagar ese fuego, como se siente tentado Jeremías, sino de avivarlo aunque nos consuma. Entonces no podremos dejar de buscar a Dios.
     Y… en esa búsqueda encontramos al  hermano dolorido en el caminar de la vida, y nuestra búsqueda se hace oración, intercesión; porque quién busca a Dios no puede no presentarle al hermano, para que la luz que ha encontrado en la búsqueda brille también sobre él.
     Hoy, la Iglesia nos regala un día dedicado a los orantes que caminamos día tras día en búsqueda de esa LUZ que ilumina al mundo entero. También nosotros pedimos intercesión para que no nos desviemos del camino y nos pongamos a tiro de la LUZ que transforma. como dice una parte de la oración para este día: Contigo, Padre Santo, y al estilo de tu Hijo Jesús, recrea en nosotros con la fuerza de tu Espíritu, la gracia del consuelo, para poder consolar, la sonrisa de vida franca y verdadera, que repara y sana.

 

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