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Concepcionistas Franciscanas de Burgos

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

Quisiera proponer un texto que nos ayude a meditar nuestra condición vulnerable, nuestro “ser cenizas” durante esta Cuaresma. Está tomado del libro de Job en el capítulo 2. La figura bíblica de Job es llamativa, porque da cuenta de la imagen del justo, del que pide explicaciones a Dios a causa de su dolor y sufrimiento. Luego de que Job pierde familia y tierra, llegan tres amigos a visitarlo, Elifaz de Temán, Bildad de Suaj y Sofar de Naamat, los cuales “se enteraron de todas las desgracias que le habían ocurrido y vinieron cada uno de su país. Acordaron juntos ir a visitarlo y consolarlo. Lo miraron de lejos y no lo reconocieron. Entonces se pusieron a llorar a gritos; rasgaron sus vestidos y se echaron cenizas sobre la cabeza. Luego permanecieron sentados en tierra junto a él siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que su dolor era muy grande» (Job 2,11-13). Lo llamativo de los amigos de Job es que realizan los ritos del duelo judío y oriental: rasgar vestiduras, usar cenizas, pero, sobre todo, guardar silencio. La importancia del silencio en una cultura del ruido; el lugar de la escucha que antecede la palabra. Con las cenizas Elifaz, Bildad y Sofar comienza a vivir un tiempo nuevo con Job. Los tiempos de la ruptura, de la vulnerabilidad, de la ceniza, de coronavirus, de enfermedad, son momentos especiales donde se vive la paciencia.

La actitud responsable del oyente hacia el otro se manifiesta como paciencia. La pasividad de la paciencia es la primera máxima de la escucha. El oyente se pone a merced del otro sin reserva. Quedar a merced es otra máxima de la ética de la escucha. El ego no es capaz de escuchar. En esta Cuaresma, y en el comienzo de un tiempo nuevo para la Iglesia y para nuestra vida, hemos de aprender a vivir la estética de la paciencia, la estética de la ceniza, la ética de la escucha, el ponernos en sintonía del otro. Sólo así seremos una verdadera comunidad de oyentes, de cristianos respetuosos de la vulnerabilidad del otro, de su fragilidad que es nuestra propia fragilidad, la fragilidad del ramo que se convierte en ceniza.

¡Buen camino cuaresmal!

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